Cientos de jóvenes que participaron en las protestas ciudadanas en diferentes zonas del país, hoy están muertos. Aunque su cuerpo no esté físicamente, familiares, amigos y el mismo pueblo, aún gritan: ¡Presente!
El llanto, la rabia y la tristeza son una pizca de los sentimientos vividos por los nicaragüenses durante este año de rebelión cívica contra la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo. Las balas certeras en el pecho y cabeza robaron los sueños de muchos jóvenes que salieron a protestar en la búsqueda de un mejor país.
Socorrer al herido, pedir ayuda y no encontrarla, ver morir al amigo o desprenderse de ese hermano o hijo amoroso, son algunos de los sentimientos más devastadores. El único consuelo para la familia es que murieron por un sueño: la de una patria libre, con valores y derechos. Un legado que hoy, con voz firme, continúan sus seres queridos. Exigen justicia y la libertad de un pueblo adolorido, esa que no ha llegado, pero que confían pronto llegará.
El pueblo auto convocado vivió de cerca este dolor. Es imposible no sentir empatía por las lágrimas derramadas por una madre, padre, esposa o un hijo en los cientos de funerales que a partir de abril fueron comunes. En muchos de los casos, las familias no pudieron ni siquiera enterrar en paz a sus seres queridos. Mataron sueños, infancias y vivencias, pero no, el ideal de un pueblo que despertó en busca de una Nicaragua mejor.